La música de fines del siglo XIX se caracterizaba por una nacionalidad bien definida. Pero todo lo nacional molestaba al gobierno colonial. Todo lo africano también.
Aquellos esclavos que fueron libertados por ofrecer su sangre a la causa cubana en 1868 y los que fueron libertados por la Ley de Abolición en 1886, esporádicamente habían recibido permiso de sus dueños y autoridades coloniales para alegrar sus días de fiesta con la salida de los cabildos y los toques de tambor.
Pero una vez libertados, ya a nadie le importaba si se divertían o no, y sus fiestas, bailes y salidas de cabildos fueron prohibidos. Por bando del gobierno civil provincial, se prohibió la reunión de los cabildos de negros de Africa y su circulación por las calles en Nochebuena y el Día de los Santos Reyes. El 6 de enero de 1884 fue el último que se celebró.
Desde mucho antes no se podía bailar libremente. En 1829 había aparecido, en el Diario de La Habana, una multa impuesta al moreno Joaquín de Céspedes por haber tenido un baile o fandango sin el correspondiente permiso del gobierno.
No sólo había prohibiciones a los morenos. La guardia civil perseguía en el campo los juegos de monte, las peleas de gallo de manigua y las charanguitas de acordeón timbal y güiro de las fiestas de campo o guateques.
A la vez se castigaba a los bufos, se perseguía todo intento de reuniones en que acuerdos y afanes libertarios pudieran tomar forma. «Ante la nueva guerra que fomentaban Martí, Máximo Gómez y Maceo había que tomar precauciones como la de conducir hacia la Isla de Pinos a las familias y militares mambises que habían participado en la Guerra del 68, condenándolos a una prisión preventiva y a padecer privaciones y miserias. No obstante, algunas veces llegaban goletas de cabotaje conduciendo pasajeros, o a buscar maderas, cueros y fibras vegetales, y en sus largas estadías, los marineros hacían bailecitos en la cubierta» (Testimonio de Julia de la Osa a la autora).
En las poblaciones campesinas de la Isla se reunían en las bodegas de campo guajiros que llenaban su ocio bailando zapateos y rumbitas con una bandurria y el ritmo marcado en el cuero de un taburete y vasos o botellas:
Caramba china,
Qué linda eres
Como se mueve
Tu miriñaque…
Los campesinos improvisaban sus décimas épicas a la muerte de Manuel García o amatorias sobre las novelas de folletín, como Montescos y Capuletos, basada en la tragedia shakesperiana de Romeo y Julieta.
En los guateques autorizados se bailaba el zapateo, baile de muchos requisitos, lindas figuras y difícil ejecución, por lo que era bailado, generalmente, por una sola mujer que alternaba los compañeros de baile. Estos solicitaban su venia ofreciéndole su sombrero, que ella se ponía uno encima del otro. Cuando quería cambiar de pareja, con un saludo o inclinación, sugería que había terminado y entraba el que estaba de turno al devolverle ella su sombrero. Los pasos eran zapateados de punta y tacón o escobillados. Las figuras difíciles las hacía el hombre frente a ella: bailaba de rodillas, se pasaba un pañuelo doblado como una argolla de la cabeza a los pies, la asediaba y ella se volvía esquivándolo, mientras sólo deslizaba sus pies suavemente, sujetando con la punta de sus dedos su saya, sin levantarla de sobre los tobillos. En estos bailes o guateques se bailaban también danzas europeas que se habían criollizado, como los valses, polkas, mazurkas y danzones. Si eran guateques, la música era ejecutada por bandurria, tiple y güiro, o con acordeón timbal y güiro. Si eran de mayor rango, venía una orquesta de la ciudad y se les llamaba bailes de música.
Existía ya una romántica costumbre de dar serenatas a las enamoradas, contratando trovadores que componían y cantaban canciones que se hacían famosas en todas las poblaciones. Recuérdese la Bayamesa, compuesta alrededor de 1850 por Céspedes y Fornaris, que luego se convirtió en canción revolucionaria, y las canciones de Catalina Berroa en Trinidad y Santi Spíritus; las de Pepe Sánnchez, Pepe Figarola, Pepe Banderas, Sindo Garay y Rosendo Ruiz en Santiago de Cuba; Manuel Corona, de Caibarién y Miguel Companioni de Sancti Spíritus ver músicos. Todos vinieron hacia la capital después de terminada la Guerra de Independencia para establecer peñas, casas de reunión en las que presentaban sus obras para ser escuchadas y criticadas por los compañeros. Allí se gestionaban relaciones de trabajo, se organizaban grupos para interpretar canciones en las tandas de cine silente y en los cafés. Un movimiento similar ocurría con cantadores habaneros que fueron a ciudades del interior en busca de trabajo.
En el ambiente urbano se mezclaron los guaracheros, los trovadores antedichos, los negros curros, los coros de guaguancó y las comparsas.